viernes, 8 de marzo de 2013

La princesa y el plebeyo


 


Dalila se encontraba desnuda ante el espejo, con su habitual descaro, dejando entrever su erotismo, en cada una de las atrevidas poses con las que admiraba su divinidad.  Le gustaba imaginar que alguien podría estar observándola, y eso, aún la excitaba más...  la sensualidad de su piel, era un manjar demasiado preciado para la desmedida gula de aquel plebeyo, que no podía apartar sus ojos de la hermosa princesa... La voluptuosidad de sus formas parecieran clamar ser asaltada sin delicadeza alguna.
Raúl sabía que podía costarle la vida, si alguien le descubría, pero en ese preciso instante se encontraba bajo el hechizo de sus febriles encantos...  absorto en el misterio de su hermosa geografía, deseoso de recorrer sus colinas cabalgándolas con su corcel de fuego... En sus pensamientos estaba tomarla, ¡sería suya a cualquier precio! aunque le fuere la vida misma en el intento...



Tras cepillar sus largos cabellos, Dalila cogió un cofre en el cual guardaba sus joyas más preciadas, y una a una fue engalanando su cuerpo: con perlas, oro y diamantes...que tanto resaltaban su extraordinaria belleza. Tras ataviarse de sus piedras preciosas la joven princesa se dispuso a verter sobre su cuerpo las esencias aromáticas que perfumarían su descanso... para ello se dejó caer en el lecho y comenzó a deslizar sus manos por cada rincón de su virginal anatomía ... el suave roce de sus dedos comenzó a provocarle una súbita excitación, cada vez frotaba con más desespero su atormentado anhelo por saciar el deseo incontenido... lo que menos sospechaba la joven, era que no estaba a solas, en la que hasta entonces, habría sido su segura recamara en palacio.

 
Raúl no pudo aguantar más sus ansias de poseerla, y se dejó caer sobre la joven, aprisionando sus manos, hasta coger el relevo que la conduciría a someterla ante la ambición de amarla… Temerosa ante el asalto, intentó liberarse, mas las diestras manos de aquel desconocido la tenían fuertemente asida a su pecho jadeante...
Cabalgó sin descanso cada uno de sus inexplorados parajes... sintió su bravura enloquecer ante el altar de una virgen estremecida, que a pesar de sus intentos por defenderse, sucumbía por momentos al placer que con furia la embestía, su gruta inexplorada se humedecía por instantes para recibir, entre el goce y el martirio... el elixir que emanaría de su fiero amante, cual agua bendita para aplacar la hoguera del deseo...





La princesa y el plebeyoCódigo: 1303024703025
Fecha 02-mar-2013 20:18 UTC

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